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Al despertar, sentí que este sería un día común y corriente; desayunar, ir a trabajar, volver a casa, dormir y esperar al nuevo día. Pero me di cuenta de lo simple que es mi vida, y me pregunté, ¿Cómo llegué a esto?, pero lo más importante, ¿Por qué recorro solitario el triste sendero de lo que ahora es mi vida?. Pensando en esto, decidí ir en contra de la rutina, huir de lo cotidiano e ir al único lugar que, creo, encontraré las respuestas a todas mis dudas, mis recuerdos. Salí de mi casa llevando estrictamente lo necesario: Nada más que yo mismo. Trataba de recordar cuando llegué a esto, o quien me trajo a donde estoy. Caminaba, pensaba, observaba, reflexionaba, sentía el pasar de las horas, y aún así nada. En ese momento se formulo otra pregunta dentro de mí, ¿Quién soy?. Entendí que el problema no es cómo llegue a donde estoy, sino cómo llegue a ser lo que soy.

Me sentí rendido, y decepcionado al mismo tiempo, de mí mismo. Me parecía el patético el no conocer a quien mejor debería conocer yo. Caí, no sé en qué lugar, pero no me importó, ya no quería seguir haciendo el ridículo, tenía que entender que nunca lo lograría, saber quien soy. Pero de pronto, lo vi, aquella luz que marcaba la despedida del gran astro, y fue ahí, cuando lo vi, o más bien, me vi. En mi mente, en un lugar que ya no rondaba en mi mente, que parecía un sueño. Ahí estaba yo, era más joven, y lo más importante, era feliz. Comencé a mirar alrededor, saber cuál era la causa de aquello en mí lo que yo creía una extraña anomalía, y al final la vi; y con solo un vistazo, lo supe, eras tú. Era tu culpa. En la escena estabas tú a mi lado, y comprendí en qué pensaba en aquel momento: nada; a tu lado el tiempo no avanzaba, el bullicio del exterior se convertía en silencio, y todo en lo que pensaba desaparecía para dejarte lugar a ti, para así recordarte a ti, solamente a ti, desde el más mínimo detalle. Estábamos hablando, no entendí sobre qué, pues no lograba apartar mis ojos y mi pensamiento de ti, cómo si una fuerza extraña no quisiera que viera otra cosa, o que sintiera algo más, pero no me molestaba, era feliz así. Tu belleza era singular; tu piel que, sin tocarla, podía sentirse suave, tus ojos, oh, esos ojos, tan preciosos que parecían ser sacados de un personaje de cuentos, tu cabello lizo, que más que cabello parecían las cuerdas del arpa de un ángel, y tu boca, desconocida hasta en lo más profundo de los sueños del mismo Da Vinci. El estar a tu lado no tenía comparación. Fue entonces cuando pensé, ¿Qué pasó?, ¿A dónde fuiste?. Ahí fue cuando comprendí que la única y sencilla causa de mi soledad, de mi tristeza y de mi agonía, eras tú. No sé a donde fuiste, pero el reconocer que no estás a mi lado me hace entender todo, tan claro, mas no fácil de aceptar. Desesperado, comencé a gritar, te gritaba, exigía que me dijeras a donde fuiste, que me dijeras que pasó, y por qué no estás a mi lado. Mas no me respondiste, solo me sonreías, una mueca que me hizo llorar al entender que nunca más la veré y que solo será una pequeña luz es mis recuerdos.

Es ahí cuando desperté, no sé cuánto tiempo estuve dormido, pero no me importaba, quería regresar, quería verte así no fueras mía. Grité como nunca antes, sin preocuparte el si alguien me escuchaba, no me importaba nada, ya nada importa, quiero tenerte más que nada. Lo único que ahora me importa eres tú.

BH